Claroscuro

Francisco López Vargas



Ciudadanos fuertes

 

Nunca he negado que, en lo personal, jamás me ha gustado el estilo ni los argumentos de Andrés Manuel López Obrador. Sé que para muchos es casi una apostasía de mi parte pero nunca he sido su seguidor ni lo seré.

Como periodista tengo la obligación de ser crítico del poder –lo he sido con todos- y sólo me restringen los comentarios los medios en los que he colaborado y que tienen algún interés particular con quienes son gobierno.

Los medios son empresas y como tales tienen contratos, pero mucha gente no entiende eso hasta que uno les explica que no es lo mismo 95 millones a Letras Libres o a Vuelta en varios años que 295 millones a La Jornada en pocos meses del actual gobierno, entonces el argumento cambia y hasta se suaviza porque como el que pagó a esos medios es el actual presidente, pues no está mal que él lo haya hecho. “Tiene sus razones o todos los gobiernos lo han hecho”, argumentan.

Muchas explicaciones nos exhiben como somos realmente. La visceralidad que utilizamos para señalar a unos y cómo defendemos a otros deja claro que la razón muchas veces no tiene nada que ver con nuestros juicios o censuras.

Cómo decía la abuela: cada quien habla de la feria como le va en ella, pero la realidad es que en el trabajo periodístico la nota siempre será cuando uno encuentre algo que debe denunciarse, censurarse, algo noticioso y pocas veces será nota de primera plana en medios serios algo que es obligación de todos los gobiernos: dar resultados. No tiene excusa: tiene el dinero del presupuesto y el poder para cumplir.

La realidad es que es más atractivo señalar los errores, las contradicciones y exponer a los que ostentan el poder de la manera más transparente posible. Después de todo, tienen tres o seis años para acreditarnos si en verdad llegaron al cargo para servirnos, si su paso por la administración pública benefició a quienes les ofreció hacerlo a cambio de su voto, pero la realidad es que pocos, muy pocos lo han cumplido.

A todos se les paga para dar resultados, para hacer su mejor esfuerzo, para callar las necesidades de la gente con cifras y hechos verificables, con evidencias de eficiencia, pulcritud, austeridad y capacidad.

Tienen no sólo el presupuesto y el poder legal sino también el monopolio de la fuerza pública para imponer, de ser necesario, el orden.

Ese argumento de que uno permaneció callado como momia no es más que una falta de respeto que vaya que puede exhibirse como producto de la ignorancia, del fanatismo o del simple argumento para salir del paso.

Es normal que quienes militan en un partido sólo destaquen lo mejor, pero los periodistas tenemos la obligación ética de no ser partidistas, de no estar registrados en ninguna organización política porque entonces lo que se practica es periodismo militante.

Para quienes nos dedicamos de toda la vida a escribir, a hacer periodismo, siempre será detestable ver a políticos que ofrecen el oro y el moro, pero son incapaces de traducir sus dichos en hecho incontrovertibles, esos que sólo se pueden verificar si se miden, si están ahí y son inobjetables.

Discutía con una amiga cómo los seguidores de López Obrador ven mal todo lo que los gobiernos pasados le pagaron a Televisa y Teve Azteca, pero hoy justifican lo que les está pagando López Obrador a pesar de que ven que Salinas Pliego está metido hasta el cuello en un caso de corrupción de una planta de abono que financió el empresario neolonés con el consiguiente lucro y utilidad. No lo tocan ni con el pétalo de una investigación.

Si los mexicanos seguimos actuando como miembros de un partido que gana las elecciones esperando beneficios por las lisonjas, nos estamos retirando de nuestra posición de ciudadanos.

En buena medida, los políticos deberían ascender a cargos públicos y regresar a su posición ciudadana para, desde ahí, ver cómo resultó su trabajo, si hubo beneficios, si se lograron sus metas.

En los hechos, esa aspiración no se cumple y precisamente por ello es que tenemos políticos “profesionales” que aspiran a brincar de un cargo a otro aunque su labor sea impugnable y sus resultados ofensivos.

En realidad, la militancia se ha convertido en una justificación para el cargo público, en una excusa para tener trabajo y ya no es vista como la aportación a un partido por su estatuto, por su filosofía y menos por el servicio que presta a la comunidad.

No olvidemos que los partidos son parte de la sociedad, también son parte de quienes aspiran al poder que es su única razón de existir y es quizá por eso que gente que ha fincado su futuro al cargo, a la candidatura, a la primera que la sonrisa de la decisión no les pinta la cara, se van en busca de oportunidad en algún otro partido. Simple: no hay ideología ni deseos de servir, sólo de seguir ganado y fomentando el patrimonio personal o familiar. 

Si los ciudadanos no entendemos que nuestra obligación como ciudadanos no es aplaudirle al gobernador, alcalde o presidente en turno porque nos cae bien y nos beneficia, estamos cayendo en el mismo error que provocó el partido hegemónico que hoy muchos detestan.

Sin embargo, volver a crear otro partido de esas características nos llevará a una espiral que terminará por hacer más pobre al país.

Ojalá como ciudadanos tengamos más conciencia de que todos somos necesarios para evaluar a un gobierno.

La sociedad civil no sólo debe consolidarse en la crítica y la vigilancia al gobierno en turno sino fortalecerse para lograr gobiernos que realmente le cumplan a sus electores.

A propósito de las fiestas patrias, como dice mi amigo Pascal Beltrán del Río: Hoy se celebra a México, no a un gobierno. La ceremonia del Grito comenzó antes de que el país alcanzara la independencia, y se ha realizado en la guerra y en la paz. México somos todos. Es lo nos une, más allá de nuestras historias y maneras de pensar. ¡Viva México! 

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